Maternidad invisible

Cuando nace un niño o una niña con un desafío en el desarrollo debes abrirte a la experiencia de una maternidad no deseada y estar dispuesta a abrazar las dificultades, abrirte al amor y a tus propios fantasmas. Cuando abrimos el corazón al amor nos abrimos también al dolor, y debemos aprender a abrazarlo también.

Hoy no te voy a hablar del autismo de mi hijo, te hablaré de mi propio autismo, término que en la Antigua Grecia relacionaban con lo referido «a lo propio, a uno mismo» o «ensimismo».

Cuando eres madre tu energía y tus pensamientos empiezan a proyectarse más hacia el ser que ha nacido que hacia ti misma, pero poco a poco vas desarrollando habilidades para volver a encontrar espacios para seguir observándote y cuidando de tu «yo» no madre.

Cuando miro casi 3 años atrás, veo que mi tercera maternidad se ha escondido detrás de un diagnóstico, donde he sido «invisible» ante terapeutas, neurólogas, centros de atención temprana y todos los sitios que hemos recorrido con Bruno para encontrar respuestas y pedir ayuda.

Si cuando eres madre ya te vuelves un poco invisible y casi toda la atención pasa a tus hijxs, cuando hay alguna dificultad, tú misma te vuelves invisible para ti y te conviertes en una buscadora de información, intentas aprender de las terapias que recibe tu hijx y quieres aplicar todo lo que aprendes, porque cuanto más hagas, crees que más lo ayudas.

Pasas del enfado, la angustia, la tristeza y de sentir la pérdida del hijo que imaginabas a tener que coger aliento y fuerza para ayudarlo TODO lo que puedas. Pero quién te ayuda a ti, quién pregunta al padre y a la madre cómo se sienten con el diagnóstico, quién te quita la culpa de no poder ocuparte de las hijas que ya tienes y te necesitan…

Hay que hacer una renuncia a todo lo que creías que sería tu vida, y abrirse a una nueva forma de vida, con mucha incertidumbre, con muchas dudas y también con mucha presencia.

Un año después del diagnóstico, terapias, traspasar mucha culpa, romperme varias veces por el camino y compartir muchas experiencias con más madres invisibles, veo que falta una mirada más amplia y compasiva hacia las familias con niñxs con dificultades, que nos pregunten si tenemos miedo, que nos digan que lloremos si queremos llorar, que nos miren y que no nos hagan sentir que somos una pieza clave para el bienestar y la evolución de nuestrxs hijxs, porqué si no nos miran, perdemos fuerza, perdemos poder y perdemos toda esencia como madre y padre que conoce a su hijx y saben más que un médico, un terapeuta o una psicóloga, de lo que su propix hijx es capaz, de lo que sí que llegará a hacer y de que es más que un diagnóstico.

Gracias a esta experiencia que traía de regalo mi tercera maternidad, he trabajado mucho tanto en ayudar a mi hijo como en ayudarme a mi misma, escuchándome y buscando herramientas para estar fuerte y con presencia y conseguir abrazar cada dificultad con amor y sin expectativas.

A día de hoy tengo claro mi propósito, ayudar, acompañar y sostener a esas madres invisibles.

 

Comparte este post